Caperucita, como cada tarde, salió con una cesta llena de golosinas para llevárselas a su abuela y compartir juntas un azucarado momento, el paraíso hecho dulce: las “chuches”. Pero lo que nadie imaginaba es que esa tarde sería diferente. Ese recorrido tan familiar se convertiría en su “pasillo verde” hacia un final no deseado.
Al llegar a la casa, la esperaba algo que truncaría su niñez, dentro, un malvado lobo la esperaba. Sus poderosas fauces abiertas y preparadas para engullirla entera. Lo que pasó en esos momentos, la instantánea del terror, la conservan solo la víctima y su agresor.
Al notar la ausencia de la niña, los padres de Caperucita movilizaron cielo y tierra en su búsqueda. Se dirigieron a la casa convertida ahora en lecho de muerte. Al llegar encontraron al lobo atusándose los pelos de la barba y con una cínica sonrisa de complacencia.
Entre todos sujetaron al lobo y abrieron su abultada panza para intentar sacar a la niña, pero como esta historia no es una ficción. La niña no se llama Caperucita sino Mariluz, y en el interior de la fiera, no hallaron su cuerpo vivo a medio digerir, sino que tras cincuenta y cuatro días desaparecida, aparece flotando en la ría de Huelva.
La panza del lobo era un hediondo estercolero en el que apestaban varias condenas por pederastia, un cúmulo de errores judiciales producto de un caos burocrático tan añejo como la muerte del Caudillo. Casualidades todas que permitieron a su “presunto” depredador caminar a sus anchas entre las víctimas.
Mariluz ha dejado de ser niña, para convertirse en un potente faro que guía un movimiento social y judicial en pro de las medidas para proteger al menor de estos individuos. Sus padres han transformado un dolor insoportable en esfuerzo y sacrificio, para que estas reformas tengan lugar. Ellos han conseguido evitar que su niña se convierta en una cifra más para una estadística deleznable.
1 comentario:
Hola bloggeros, me alegro que siga el blog con tanta actividad! Seguid así! Un saludo.
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