Esto es algo de lo más grande que me ha ocurrido en la vida. Todavía no doy crédito a que un tipo como yo, tan atípico, tan poco folklórico, esté aquí delante de todos vosotros flanqueado por las autoridades municipales dispuesto a pregonaros vivos. Pero no os preocupéis, que nadie va a salir escaldado. En mí sólo caben palabras de agradecimiento, tantas que no sé ni por donde empezar. Vamos, que estoy muy emocionado.
Voy a ser franco: soy malagueño y amo esta ciudad, con sus cosas buenas y sus cosas no tan buenas. Somos alegres, bulliciosos, habladores, salvajemente individualistas y me encanta que así sea. No hay una Málaga, sino 600.000 malagueños dispuestos a opinar sobre lo humano y lo divino. Sé que vivo en una ciudad extravagante, loca y distinta de las demás, y para extravagante este extraño pregonero, especialista en vestirse de bicicleta cuando se supone la media etiqueta, como alguna autoridad municipal ha podido comprobar con asombro, o en ponerse corbata cuando lo propio es ir de sport. Señoras y señores, a lo mejor me falta un tornillo, pero es que al fin y al cabo soy músico, y verdaderamente es necesario que te falte uno para dedicarse a esta profesión. Aunque pienso que uno no puede escogerla, al contrario, es ella la que te elige a ti y decide que vas a actuar en su nombre.
De hecho, me di cuenta realmente de que me había convertido en un músico, digamos, «de verdad», hace unos diez años, cuando en una actuación sentí al cantar algo parecido a ese erizar de piel que me viene cuando escucho alguna canción que me emociona especialmente, y esto ocurrió delante de tan sólo unas 100 personas. Me da igual, la capacidad de abstraerse de este mundo es algo que poco o nada tiene que ver con la tele, las audiencias masivas o el éxito en ventas. ¿No será que en el fondo somos unos románticos? Yo lo soy. Soy un tío cursi y excesivo, pero también creo que cariñoso y soñador, como esta bendita e inefable ciudad.
¿Que nuestra feria no es muy flamenca? ¡Y que más da! Las tradiciones las hace la gente, y no por menos flamencos vamos a ser menos andaluces. Mi Málaga es la de la Barriada de La Paz, allá donde todas las calles tienen nombres de compositores, la del Niebla y el Panadero, la de las discotecas y la de la Caseta de la Juventud. Tengo amigos que me dicen «¿Cómo estás, Javier?» y otros que exclaman «¿Qué dice el tío?», los tengo malaguitas y también malaguistas, e incluso hay alguno que de vez en cuando se pone un poco malaje. Señoras y caballeros, Málaga es pija y merdellona, vanguardista y arrabalera, altiva y orgullosa. Málaga es mi amiga Diana Navarro, pero también el Gordo Master, los niños con las motos, los bacalaeros y los surferos, raperos y rumberos. Ciudad de músicos, ciudad de música.
Llegado a este punto, es hora de matizar que el pregonero rocanrolero no viene sólo. Esta distinción que se me presta es compartida con mis compañeros de viaje, los Danza Invisible, aquí presentes y dando el callo por mí, como siempre han hecho. Aprovecho para decirles aquí en público lo mucho que les aprecio y lo grandes que son. ¡Chris Navas, Antonio Gil y Manolo Rubio son también pregoneros por derecho propio!
Sólo una cosita más antes de que os cantemos alguna cosilla. Considero también que este reconocimiento es extensible a todos los músicos que he homenajeado en Una historia del pop malagueño, y os quisiera pedir el máximo apoyo para ellos en estos tiempos tan difíciles, en especial para la gente joven, porque necesitamos nuevos Danza Invisible, nuevos Tabletones y nuevos lo que sea. Nosotros demostramos en su momento que no hacía falta irse de Málaga para forjarse una carrera, aunque es cierto que también pillamos unos tiempos más propicios que los actuales. Os necesitamos, insisto, igual que vosotros nos necesitáis para las juergas, para cantar en la ducha, para hacer el amor, para los momentos tristes. La letra de esta canción refleja perfectamente lo que significa pertenecer a esta profesión de riesgo:
(Un trozo de A este lado de la carretera)
Dedicado a mis padres y a mi sobrino Javi.
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