La Semana Santa ha tocado su última marcha procesional. Jesús ha resucitado y el pueblo entona con alegría y júbilo su salvación.
En una semana, Jesús entró a Málaga desde su casa, cercana a la de San Felipe Neri, coronado como rey y seguido por su Madre sonriente. Pero la Semana se precipita, y en cuestión de horas vemos a un hombre derrotado, calumniado y herido de alma y cuerpo. Convertido en criminal para acabar crucificado.
Pero Jesús también es momentos, y habita dentro de nosotros. Puedes sentir su presencia en la Catedral, donde Pedro le negó hasta tres veces. O allá por calle Carretería, por la que sufría vejaciones en su Agonía. También por los Mártires apoyado en ese Simón de Cirene que muchos queremos ser.
Y el cielo lloró. Miércoles y Jueves Santo fueron días de lágrimas fusionadas y zamarrilleras, creando un mar de sentimientos entre hermanos y no hermanos, pero todos hijos.
María no encontraba Consolación para sus Lágrimas, ella que conservó la Esperanza hasta la madrugada. Jesús murió.
Las estrellas y la luna fueron en Viernes el mejor cielo para un Cristo que yacía y una Mujer cuyo corazón estaba atravesado por un puñal de frío y vacío sentimiento.
Pero el templo se reconstruyó. Hoy mira al cielo y busca la Paz de día o la Estrella de noche para encontrar a Jesús y María, que andan a pasito lento y mecidos por la suave brisa... a los tres toques de campana.
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