La crisis económica que padecemos en la actualidad es, indudablemente, la más devastadora de los últimos 100 años, superando los efectos de la depresión de los EE.UU en 1929. Esto se debe, esencialmente, a que se trata de cuatro crisis en una: crisis del petróleo, crisis alimenticia, explosión de la burbuja inmobiliaria y ruptura total del equilibrio del sistema financiero internacional, la cual ha sido la detonante de las demás crisis y cuyo epicentro se sitúa en la bolsa de Wall Street.
En el caso de España, el alto precio de la vivienda unido a las tremendas e inmorales subidas del Euribor (ese instrumento financiero inventado por los bancos para apretarnos aún más las tuercas) conlleva a un aumento inusitado del impago de las hipotecas por parte de las familias españolas.
Naturalmente, el poder de compra disminuye, por lo que al disminuir el consumo, las empresas ven mermados sus beneficios. En consecuencia, las empresas tienden a producir menos y se ven obligadas a despedir personal, sin olvidar que la inversión en bienes de consumo duradero por parte de las empresas se reduce, trasladando los efectos negativos de la crisis hacia esas industrias.
Las empresas pueden optar por bajar los precios para paliar, en parte, esa reducción en los beneficios; pero al tener menos margen para cubrir los costes fijos se ven forzadas igualmente a destruir empleo.
Todo ello ha provocado problemas muy serios a la hora de devolver el principal y los intereses de las deudas contraídas con las entidades bancarias, de manera que se acude a un crédito para financiar el anterior crédito impagado (lo que se conoce como “Apalancamiento”). La inflación también aparece como una gran enemiga puesto que afecta a la adquisición de bienes de equipo y de consumo, disminuyendo así la demanda considerablemente, lo que supone un proceso de retroalimentación.
En España, los banqueros se han mostrado muy reticentes en la concesión de créditos a las empresas para salvar sus aparatos productivos, por lo que el fuerte incremento en las quiebras de empresas se vuelve muy habitual. Sobre todo, en el sector inmobiliario y en la construcción, sectores que han venido sustentando el enorme crecimiento económico de España hasta mediados del 2007.
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