Ante la escasa distribución de ayuda humanitaria los haitianos llevan días saliendo como pueden del atolladero. Organizan sus campamentos, en cualquier espacio público. Viven en las calles. Con sus colchones, con sus fuegos para calentar y con sus vecinos.
Los equipos de rescate improvisados, ataviados con palas y trozos de metal, ascienden a lo alto de las ruinas y desentierran a sus muertos poquito a poco. Si tienen la ocasión, los meten en un ataúd también improvisado, sino, queman sus cuerpos en la fosa común más cercana, lugares que existen pero a los que extrañamente nadie sabe llegar.
Alrededor de la antigua catedral, de la que queda solamente la estructura, miles de personas comienzan a reconstruir el barrio poquito a poco. "Ven, ven, ven, dice Ronald. Estamos rescatando a la madre de Susane". En lo alto de una pila de escombros, Ronald y sus amigos sacan cadáveres de las entrañas de una casa. Allí vivía la madre de Susane. Le han preparado un ataúd con cuatro tablas y se la llevan Dios sabe dónde.
Se las ingenian como pueden. Los plásticos de los coches les sirven para tomar la sombra. Los alimentos van llegando a la calle y se ven frutas, verduras y hortalizas. El plato que está de moda son las salchichas Frankfurt. Se ve a alguno tirando un perro con una cadena. ¿Un perro encadenado en Haití? Al puchero. A su vez los perros comen lo que pueden, cualquier cosa con la que sobrevivir.
Mientra tanto, cunde la desesperanza. Un bombero de la Comunidad de Madrid asegura ante la catástrofe: "Nosotros nos vamos de aquí, no queda mucho por hacer. Ya no salen más que cadáveres. Hoy hemos visto una imagen muy fuerte. Un perro le estaba pegando mordiscos a un cadáver. Nos vamos".
AYUDA al 28000: AYUDA A HAITÍ CON CRUZ ROJA.
elmundo.es
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