Enriqueta Rodríguez, la abuela materna de la princesa Letizia, falleció ayer en el hospital Gregorio Marañón de Madrid, donde había sido ingresada. Su muerte, conocida a última hora y que al cierre de esta edición fue finalmente confirmada por la Casa Real, causó sorpresa, pues su enfermedad no había trascendido.
La madre de Paloma Rocasolano y abuela de la princesa era, como toda su familia, una mujer humilde, que pese a la notoriedad en que la había situado la boda de su nieta Letizia con el príncipe Felipe, había conseguido preservar su privacidad de la voracidad de los focos mediáticos. En las escasas ocasiones en que se vio obligada a aparecer en público, su marido, Francisco Rocasolano, la protegía situándose en un lugar preponderante. La última vez que se convirtió en el centro de la noticia fue hace cuatro años, cuando tuvo que ser internada en un hospital de Salamanca aquejada de una dolencia urológica.
Apenas se sabe que doña Enriqueta y su marido residían desde hacía veinte años en Alicante, alternando largas estancias en su casa de San Gabriel, un antiguo barrio de pescadores situado en la periferia de la capital, con otras en una vivienda de Torrevieja que habían comprado con los ahorros de toda la vida de trabajo, él como taxista, ella como ama de casa. Era una urbanización con piscina cercana a la playa, en la que solían visitarles la princesa y sus hermanas Telma y Érika en vacaciones para pasar temporadas con sus primos Abigail, David y Alfonso, aunque la esposa del Príncipe solía estar más tiempo de vacaciones en Asturias junto a sus abuelos paternos.
La princesa deberá vestir de nuevo el luto que llevó hace apenas un año. En febrero de 2007, su hermana menor, Érika, apareció muerta en su domicilio madrileño, donde trataba de sobrellevar una honda depresión. Su fallecimiento supuso un golpe demoledor para doña Letizia, ya que las tres hermanas estaban muy unidas pese a que sus vidas habían tomado caminos muy diferentes.
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