¡Abre la muralla!
“Las distancias se acortan pero las diferencias se subrayan. Se desempolvan los conflictos que enfrentaron a nuestros padres ...” decía el noticiero La vida. Ésta es la realidad de hoy.
Alzamos una muralla para separarnos entre nosotros mismos. Muchas veces no sabemos delimitar cuál es nuestra frontera real. Pero la experiencia me hizo ver hace tiempo que es sólo un invento del hombre.
Hace ya casi un año que fui a perderme a un lugar remoto de la provincia de Ávila junto con algunos amigos. Nos encontramos con una casa grande, bastante mejor que nuestra ruina de Archidona, y algunos se reencontraron con amigos a los que sólo barreras geográficas separaban.
Una vez que el tiempo pasaba en esa casa, las fronteras se disolvían: no importaba ya la edad, ni de dónde venías, ni a quien echabas más de menos... importaba el corazón que en aquel campamento iluminamos uno por uno, dejando nuestro sentimiento al prójimo que en diez días habíamos conocido. Los sentimientos acabaron con todo mal. Con toda frontera.
Hoy, para aquellos locos que nos perdimos, no hay distancia ninguna. Estábamos todos unidos por “un solo corazón y una sola alma”.
(Dedicado a Juan Antonio, mi hermano. Él sabe por qué)
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