La noche del 14 de julio, Tel Aviv bullía. Jueves en la ciudad con más marcha de Israel, turistas abarrotando las terrazas de la playa, atasco monumental por culpa de un mitin de Netanyahu y el concierto de Moby… En mitad de esa masa de idas y venidas, de calor, música y combustible quemado, comenzaba a latir un corazón pequeño, hecho de tiendas de campaña, colchones inflables y fiambreras con hummus, ensalada y pollo frito. En el bulevar Rothschild, una zona de paseo, mitad césped, mitad tierra, acampaban los primeros indignados de Israel, un grupo de jóvenes convocado a través de las redes sociales dispuesto a protestar por el mayor problema que arrostra la clase media del país: el acceso imposible a la vivienda.
Dahpni Leef, una universitaria de 25 años, fue la que comenzó la cadena: hace un mes se le notificó que debía dejar su piso en Tel Aviv porque el edificio entero iba a ser derribado para hacer uno nuevo. Tras tres años en la misma vivienda, comenzó a buscar repuesto y se dio cuenta de cómo se habían disparado (y disparatado) los precios, tanto de la compra como del alquiler. Y se enfadó. Convocó a sus allegados a una protesta que debía durar un fin de semana. Hoy más de 10.000 israelíes de toda edad y condición acampan en no menos de 20 ciudades, del sur, del norte, de la costa y del desierto, de mayoría judía o árabe.
El sábado pasado, unidos en una gran marcha en Tel Aviv,lograron reunir a más de 30.000 personas bajo dos lemas con sabor a 15M español: “La democracia sale a la calle” y “El Gobierno contra el pueblo-El pueblo contra el Gobierno”. La docena de detenciones que se produjeron tras la medianoche no pudieron empañar la fiesta reivindicativa. El gabinete del primer ministro está buscando soluciones y se ha reforzado un grupo de trabajo en la Knesset, el Parlamento. En un país en el que la apatía alimenta casi todos sus males, el nervio de los jóvenes que están tirando de todo Israel supone una inmersión profunda en el concepto de democracia popular, undespertar que recuerda al pueblo que dejaron las decisiones en manos de los gobernantes, y que es tiempo de compartirlas. Simple deber ciudadano.
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