Los grandes iconos tienen el potente don de mover a las masas. Lo hacen en vida y mantienen su influencia cuando su luz se apaga generando una mayúscula conmoción. Esta noche Apple, en un escueto comunicado colgado en su página web, confirmaba la muerte de su cofundador Steve Paul Jobs, el gran prestidigitador de la tecnología de los últimos años, cuya capacidad de innovación alumbró un nuevo escenario que transformó los hábitos de millones de personas con inventos como el iPod, el iPhone o el iPad.
Ha muerto a los 56 años de edad tras una larga y dura lucha contra un cáncer que solo consiguió arrebatarle el bastón de mando de la factoría de Cupertino hace mes y medio. Cedió entonces el puesto de consejero delegado de forma definitiva a su mano derecha Tim Cook. No era un parche como en otras ocasiones. Se consumaba un relevo que no tenía marcha atrás. Una señal inequívoca de que empezaba a ceder ante el acoso de la enfermedad.
El secreto que ha mantenido la compañía sobre el estado de salud de Jobs ha sido similar al hermetismo con el que blinda el desarrollo de sus proyectos. En total, casi una década de lucha, un tiempo en el que ya superó un cáncer de páncreas en 2004 y en 2009 hizo lo propio con un transplante de hígado. A lo largo del pasado año se le vio visitando centros especializados para el tratamiento de esta enfermedad. A pesar de la falta de detalles oficiales, su aspecto físico sufrió notablemente y sugerían que el tumor se le había vuelto a reproducir. En su última presentación -su hábitat natural- se subió al escenario para presentar iCloud -el servicio de almacenamiento en la nube- con un aspecto bastante desmejorado. Había perdido mucho peso y su enjuto perfil levantó las primeras alarmas. Sin embargo, eso no fue impedimento para generar consenso sobre la conclusión de que no había perdido ni un ápice de su talento.
sur.es
No hay comentarios:
Publicar un comentario